Periódico escolar realizado por toda la comunidad educativa del IES Lope de Vega de Santa María de Cayón.
lunes, 19 de febrero de 2018
LORENZO OLIVÁN visita el Lope de Vega
Lorenzo Oliván nos visitó el 17 y 19 de enero. Charló con nuestros alumnos de 2º de Bachillerato y... Será mejor que ellos mismos os lo cuenten. Estos son algunos de los trabajos que escribieron con sus impresiones personales sobre el autor y sus poemas.
sábado, 3 de febrero de 2018
VII CONCURSO DE MICRORRELATOS DE AMNISTÍA INTERNACIONAL
El pasado 2 de febrero, un representante de Amnistía Internacional en Cantabria vino al instituto a felicitar a las cuatro alumnas de nuestro centro que han resultado estar entre los veinte mejores trabajos seleccionados. Este año se han presentado 229 alumnos pertenecientes a 14 centros educativos de Cantabria. El microrrelato de una de ellas, Alicia Abascal, de 2º de Bachillerato, ha sido elegido como uno de los dos mejores de su categoría. Y los otros, también estupendos, pertenecen a las alumnas de 1º de Bachillerato Susana Gómez Cobo, María Rosa Almanzar Félix y María Emilia Gutiérrez Sainz. Son todos ellos relatos que muestran un gran talento literario pero, sobre todo, una gran sensibilidad. No olvidemos que debían inspirarse en unas fotos terribles sobre "niños de la calle". Estas son sus pequeñas historias. Disfrutadlas, aunque encojan el corazón...
"OSCURIDAD" por ALICIA ABASCAL
La calle es fría. Es un frío sórdido, seco. Es un frío húmedo que cala los huesos. Un frío provocado por el vaho de la respiración.
La calle es fría y oscura.
Oscura como la boca de un monstruo, con salientes puntiagudos como los dientes del hambre. No hay farolas, y las que había hace tiempo que están rotas. En el cielo no hay estrellas.
En la oscuridad las sombras se confunden. Los ruidos cortan el silencio como balas, las pisadas son disparos. En la oscuridad, si yaces en el suelo nadie pregunta, porque la suciedad te camufla con el suelo. Asusta. Pero la oscuridad te da alas, te cobija como a un hijo.
La oscuridad acentúa el frío, recuerda el hambre. Acoge los lamentos.
La oscuridad, en la calle, es al mismo tiempo temor y seguridad.
Verdugo y salvación.
"SÁBANAS DE CARTÓN" por SUSANA GÓMEZ COBO
Desperté con el sonido de las fábricas de la ciudad; el viento había alejado los cartones que me cubrían y mi hermano Lisaz dormía arropándome con su brazo. No podía dejar de pensar en mamá. Según me dijo Lisaz, ella se tuvo que ir, pero yo sabía que la habían matado y que estábamos solos. No quería volver a trabajar con aquel viejo mandón ya que solo se aprovechaba de nosotros. Lisaz se despertó y fuimos a la basura del restaurante más cercano para solo conseguir un poco de pan duro.
Cuando el reloj de la iglesia dio las nueve nos reunimos con todos los niños para seguir trabajando en aquel solitario bosque; nuestro trabajo consistía en recoger todos aquellos palos que caían de los árboles y después venderlos a las casas de la gente más rica; mientras, el dinero se lo quedaba el viejo jefe.
La barriga me rugía durante toda la mañana. No habíamos comido nada más que aquel trozo de pan duro. Todos los días la misma rutina. La única esperanza que me impulsaba a continuar era soñar cada noche con una vida completamente diferente, lejos del escaso calor de estas sábanas de cartón…
"EL VENDEDOR AMBULANTE" por MARÍA ROSA ALMANZAR
Cada mañana deambulo por las calles, ofreciendo mis servicios a los transeúntes. Soy un pequeño vendedor ambulante, un niño sin padres, sin un hogar que me refugie.
Me expongo al maltrato, a las miradas de desprecio, a los peligros que acechan en la ciudad. Me expongo a todo tipo de cosas, pero lo hago por necesidad.
A diario tengo que madrugar, tengo que trabajar para poder comer. No tengo tiempo para estudiar, apenas sé contar, aún no sé leer.
Nadie me brinda una mano. Solo tengo unos cuantos amigos que son como mis hermanos. Ellos trabajan conmigo. Si tantas noches hemos sobrevivido, es porque nos mantenemos unidos.
Además procuramos no separarnos desde que Carlitos decidió dar una vuelta y su paradero aún es desconocido. Ojalá esté vivo...
"TIERRA FIRME" por María Emilia Gutiérrez Sainz
Y de repente, ahí estaba. Solo. A la deriva. Perdido de la mano de cualquier dios piadoso. Miraba a mi alrededor y las únicas palabras allí presentes eran “inmensidad” y “silencio”. Como si por cálculos matemáticos casi exactos hubiese acabado en mitad del mismísimo océano, alejado de cualquier cosa que no fuese agua y alguna botella que otra.
No sabía nada. El cómo había acabado allí era una incógnita en una ecuación algebraica sin solución aparente. El cuándo iba a parar de bambolearse esa lancha mal hinchada en la que me hallaba, con ayuda de mareas y pequeñas olas, era la otra incógnita de mi ecuación. Completando así un sistema, un sistema sin solución fija. Variable, o eso pensaba yo.
No diré cómo llegué a una playa medio muerto en vida pero cuando sentí mi tullido y húmedo cuerpo en contacto con la molesta y enojosa arena, sabía que mi ecuación no tardaría en resolverse.
Tierra firme en la que apoyarme.
"OSCURIDAD" por ALICIA ABASCAL
La calle es fría. Es un frío sórdido, seco. Es un frío húmedo que cala los huesos. Un frío provocado por el vaho de la respiración.
La calle es fría y oscura.
Oscura como la boca de un monstruo, con salientes puntiagudos como los dientes del hambre. No hay farolas, y las que había hace tiempo que están rotas. En el cielo no hay estrellas.
En la oscuridad las sombras se confunden. Los ruidos cortan el silencio como balas, las pisadas son disparos. En la oscuridad, si yaces en el suelo nadie pregunta, porque la suciedad te camufla con el suelo. Asusta. Pero la oscuridad te da alas, te cobija como a un hijo.
La oscuridad acentúa el frío, recuerda el hambre. Acoge los lamentos.
La oscuridad, en la calle, es al mismo tiempo temor y seguridad.
Verdugo y salvación.
"SÁBANAS DE CARTÓN" por SUSANA GÓMEZ COBO
Desperté con el sonido de las fábricas de la ciudad; el viento había alejado los cartones que me cubrían y mi hermano Lisaz dormía arropándome con su brazo. No podía dejar de pensar en mamá. Según me dijo Lisaz, ella se tuvo que ir, pero yo sabía que la habían matado y que estábamos solos. No quería volver a trabajar con aquel viejo mandón ya que solo se aprovechaba de nosotros. Lisaz se despertó y fuimos a la basura del restaurante más cercano para solo conseguir un poco de pan duro.
Cuando el reloj de la iglesia dio las nueve nos reunimos con todos los niños para seguir trabajando en aquel solitario bosque; nuestro trabajo consistía en recoger todos aquellos palos que caían de los árboles y después venderlos a las casas de la gente más rica; mientras, el dinero se lo quedaba el viejo jefe.
La barriga me rugía durante toda la mañana. No habíamos comido nada más que aquel trozo de pan duro. Todos los días la misma rutina. La única esperanza que me impulsaba a continuar era soñar cada noche con una vida completamente diferente, lejos del escaso calor de estas sábanas de cartón…
"EL VENDEDOR AMBULANTE" por MARÍA ROSA ALMANZAR
Cada mañana deambulo por las calles, ofreciendo mis servicios a los transeúntes. Soy un pequeño vendedor ambulante, un niño sin padres, sin un hogar que me refugie.
Me expongo al maltrato, a las miradas de desprecio, a los peligros que acechan en la ciudad. Me expongo a todo tipo de cosas, pero lo hago por necesidad.
A diario tengo que madrugar, tengo que trabajar para poder comer. No tengo tiempo para estudiar, apenas sé contar, aún no sé leer.
Nadie me brinda una mano. Solo tengo unos cuantos amigos que son como mis hermanos. Ellos trabajan conmigo. Si tantas noches hemos sobrevivido, es porque nos mantenemos unidos.
Además procuramos no separarnos desde que Carlitos decidió dar una vuelta y su paradero aún es desconocido. Ojalá esté vivo...
"TIERRA FIRME" por María Emilia Gutiérrez Sainz
Y de repente, ahí estaba. Solo. A la deriva. Perdido de la mano de cualquier dios piadoso. Miraba a mi alrededor y las únicas palabras allí presentes eran “inmensidad” y “silencio”. Como si por cálculos matemáticos casi exactos hubiese acabado en mitad del mismísimo océano, alejado de cualquier cosa que no fuese agua y alguna botella que otra.
No sabía nada. El cómo había acabado allí era una incógnita en una ecuación algebraica sin solución aparente. El cuándo iba a parar de bambolearse esa lancha mal hinchada en la que me hallaba, con ayuda de mareas y pequeñas olas, era la otra incógnita de mi ecuación. Completando así un sistema, un sistema sin solución fija. Variable, o eso pensaba yo.
No diré cómo llegué a una playa medio muerto en vida pero cuando sentí mi tullido y húmedo cuerpo en contacto con la molesta y enojosa arena, sabía que mi ecuación no tardaría en resolverse.
Tierra firme en la que apoyarme.
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